Solamente en primera persona

Raquel Bouvet de Korniejczuk

sábado 16 de mayo, 2015

Imagina que te ha sucedido algo maravilloso…

·         Te anotaste en un concurso de tu especialidad y tras una competencia reñida los jueces te han otorgado el primer lugar…

O tal vez…

·         Has recibido la invitación para participar como representante de los jóvenes adventistas en un foro especial que organiza el presidente de tu país. Durante el foro el presidente se ha interesado en obra que hacen los jóvenes adventistas y te ha pedido que tú seas su asesor para el desarrollo juvenil…

 

¿Te imaginas regresando a tu casa, luego de haber ganado el concurso o haber estado con el presidente? Seguramente le contarás a tu familia y a tus amigos con lujo de detalles todo lo que pasó. Y al contar la experiencia tus ojos brillarán de emoción, tus palabras sonarán frescas, cargadas de sentimiento, y tu corazón volverá a latir agitado como si estuvieras viviendo la experiencia nuevamente. Es más, es posible que uno de tus primos le cuente a sus amigos lo que te sucedió, y alguna vez, al cruzarlos en la calle o en el centro comercial te digan:

 

--¡Felicitaciones por haber ganado el concurso (o ser el nuevo asesor presidencial)!

--¡Cuéntanos cómo fue eso!

 

Y tú, relatas la experiencia punto por punto. Y vuelve la emoción a tus palabras, a tus ojos. Revives el episodio. Y no te importa volverlo a contar por centésima vez.

Si tu esposa, tu madre, tu novia o tu hermano cuentan lo que tú viviste no es lo mismo. Cuando descubres que otros relatan tu experiencia, los interrumpes y narras tú mismo tu relato en primera persona. La audiencia prefiere escucharte a ti, que escuchar una historia de segunda mano.

 

Si puedes contar una experiencia cargada de emoción sobre un evento que es apenas extraordinario, ¡cuánto más cuando se trata de tu encuentro y tu relación con Jesús, tu Creador, Sustentador y Salvador! De eso se trata el tema de la lección de este trimestre. De contar lo que Dios ha hecho y hace por ti.

 

¿Has pensado qué dirías a amigos o a extraños de tus encuentros con Jesús? ¿Has contado alguna vez tu experiencia?

 

Es posible que pienses que no tienes una historia cautivante. Si te ha pasado como a mí que he nacido en un hogar adventista, he crecido en la iglesia, me he bautizado en la adolescencia, y nunca he abandonado la iglesia, parece que mi historia es aburrida y no le interesa a nadie. Si eso es todo, realmente no tengo nada para contar porque no tengo una relación real con Jesús, aunque vaya a la iglesia, estudie la Biblia y ore todos los días. Es que mi relación es tan superficial y sin sentido que no significa nada para mí. Mi relato resultará tan aburrido que ni yo misma querré escucharlo.

 

Hace unas semanas viajaba en avión, y a mi lado estaba sentado un empresario que tenía un hijo que vivía a unos pocos kilómetros de la Universidad de Montemorelos, donde trabajo. Al iniciar la conversación, me dejó bien en claro que no le interesaba hablar de ningún tema relacionado con Dios. Sin embargo, curioso, me preguntó por qué los estudiantes estaban muy bien vestidos los sábados. Me dijo que los veía cuando pasaba cerca de la Iglesia Universitaria. Yo le respondí que lamentaba mucho no poder darle una explicación porque él no quería que le hable de Dios, y si intentaba responderle, forzosamente tendría que hablarle de Él. La curiosidad fue más fuerte que los prejuicios, y me pidió que le cuente qué creía.

Tuve la oportunidad de compartir qué significa Dios para mí en la vida cotidiana. Qué significa estar en conexión con Él cada mañana al comenzar el día leyendo la Biblia y orando. Cuánta paz me provee darle a Dios el control de mi vida, ya que es mucho más seguro que el control esté en sus manos. Cómo Cristo me perdona mis pecados y me da paz. Como el amor y el perdón divino son tan extensos y contagiosos que me permiten tener mejores relaciones con mi familia, en mi trabajo y con los demás, y cómo incluso me permite perdonarme a mí misma. Cómo conocer mejor a Dios cada día me permite entender los conflictos y las cosas malas que suceden alrededor y que incluso me golpean a mí y a mis seres queridos y cómo vivo cada momento con la esperanza real de reencontrarme con Cristo en un mundo nuevo y en una vida sin final.

Al narrar a un extraño lo que Cristo significa para mí, no podía menos que expresar mis creencias profundas, vivenciales y llenas de emoción. Y mi relato despertaba más curiosidad. El viaje se hizo corto. Intercambiamos direcciones electrónicas, y al día siguiente me escribió prometiéndome una visita para saber más de Dios.

Esto es testificar. Es contar simplemente lo que Dios hace por mí, en palabras sencillas, reales.

Te sugiero que durante esta semana revises tu relación con Dios. ¿Estás en condiciones de contar una historia emocionante que trasmita paz y esperanza? ¿Necesitas refrescar tu relación con Jesús porque, aunque aparentemente está cerca, se ha convertido en casi un extraño?

Reflexiona. Revitaliza tu vida devocional. Experimenta darte a Cristo el poder de decisión en tu vida. ¡Cuenta lo que está haciendo contigo y por medio de ti! Puede ser que este sábado tengas la oportunidad de compartir alguna experiencia en tu grupo pequeño, o que alguien te haga una pregunta que te permita compartir a Jesús.