“Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del Santuario, y de aquel verdadero Tabernáculo que levantó el Señor, y no el hombre”

Hebreos 8:1 y 2

NUESTRO SUMO SACERDOTE

domingo 17 noviembre, 2013

El libro del Nuevo Testamento que habla más acerca de Cristo como Sacerdote es Hebreos. La columna vertebral de Hebreos, proveniente del Antiguo Testamento, consiste en dos versículos del Salmo 110. El versículo 1 es citado para confirmar que Cristo es exaltado sobre todo porque se sentó a la diestra de Dios. Este es un tema recurrente en Hebreos, que enfatiza la divinidad y la calidad de Mesías de Jesús (Heb. 1:3; 4:14; 7:26; 8:1; 12:2). Salmo 110:4 se usa para demostrar que el sacerdocio de Cristo fue prefigurado por Melquisedec (Heb. 5:6).

¿De qué manera cumple Cristo el prometido sacerdocio divino según el orden de Melquisedec? Comparar Génesis 14:18 al 20 con Salmo 110:4 y Hebreos 7:1 al 3.

La Biblia no da mucha información sobre Melquisedec, pero revela notables semejanzas con Jesús. Melquisedec es el rey de la ciudad de Salem (Salem significa “paz”; es decir, él es el “rey de paz”). Su nombre significa “rey de justicia”, lo que habla de su carácter. Él está separado de la historia, ya que no se dan sus antecedentes familiares; ni se mencionan su nacimiento y su muerte; parece como si no tuviera principio ni fin; y es “sacerdote del Dios Altísimo”. El sacerdocio de Melquisedec es superior al levítico porque, por medio de Abraham, Leví dio los diezmos a Melquisedec (Heb. 7:4-10). Melquisedec es un tipo de Cristo.

Pero, Cristo es aún más. Aarón fue el primer sumo sacerdote en Israel. Hebreos 5:1 al 4 describe un cargo sumosacerdotal aarónico idealizado: designación divina, representante de los hombres, mediación ante Dios, compasivo, y ofreciendo sacrificios por el pueblo y por sí mismo.

Hebreos describe a Cristo como el nuevo Sumo Sacerdote. Él es de un orden aún mejor que el de Aarón; no solo cumple los requerimientos del sacerdocio aarónico, sino también los destaca. Jesús no tuvo pecado, fue obediente y no necesitó traer ofrendas por sí mismo, pues él mismo fue la ofrenda más perfecta posible.

Jesús cumplió tanto el sumosacerdocio aarónico como el de Melquisedec de un modo mejor que lo que pudieron hacer cualquiera de estos sacerdotes. Ambos tipos se encontraron en el antitipo, en Cristo.

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