“Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”

Apocalipsis 14:12

DE ABRAHAM A MOISÉS

martes 17 junio, 2014

Después del Diluvio, Noé y sus hijos tuvieron la responsabilidad de compartir la voluntad de Dios con sus descendientes. La familia de Noé sabía que la destrucción global había llegado al mundo como resultado de que la humanidad rehusaba obedecer la Ley de Dios, y habiendo experimentado la gracia de Dios podían hacer algo para ayudar a desarrollar una generación más fiel. Pero, no mucho tiempo después del Diluvio, los habitantes de la Tierra se rebelaron otra vez (Gén. 11:1-9).

“Muchos de ellos negaban la existencia de Dios, y atribuían el Diluvio a la acción de causas naturales. Otros creían en un Ser supremo que había destruido el mundo antediluviano; y sus corazones, como el de Caín, se rebelaban contra él”

PP, p. 112

¿Qué nos dicen Génesis 12 y 15:1 al 6 acerca del modo en que la Ley y la gracia actúan juntas?

Dios llamó a Abraham, un descendiente de Sem, e hizo un pacto de bendiciones con él (Gén. 12:1-3). La Biblia no presenta ningún criterio para el llamado de Abraham. No parece haber tenido el perfil justo que tuvo Noé. En realidad, poco después del llamado demostró cobardía y engaño (Gén. 12:11-13). No obstante, Abraham era un hombre de fe verdadera y, por la gracia de Dios, esa fe le fue acreditada como justicia. Aunque no fue perfecto, estaba dispuesto a confiar en Dios aun en cosas que parecían imposibles desde el punto de vista humano.

Abraham no fue el único que estuvo dispuesto a escuchar a Dios y obedecer sus mandamientos. El faraón, los dos Abimelecs y José entendían bien que Dios no aprueba el adulterio y la mentira. El segundo Abimelec hasta reprendió a Isaac por exponer a su pueblo a la tentación (Gén. 26:10). Aunque Dios había elegido a Abraham para una tarea específica, hubo personas en otras naciones que temían a Dios. En realidad, después de que Abraham y sus aliados militares derrotaron a Quedorlaomer y su coalición, Abraham fue bendecido por el rey Melquisedec, que era “sacerdote del Dios Altísimo” (Gén. 14:18). Esto es otra evidencia de que el conocimiento de Dios existía en el mundo en ese tiempo, aun antes de la obra y el ministerio de Moisés.

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