“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16).

Conclusión

viernes 18 julio, 2014

Para Estudiar y Meditar:

Lee “La promesa del Espíritu”, Joyas de los testimonios, t. 3, pp. 209-214; “El don del Espíritu”, Los hechos de los apóstoles, pp. 39-46.

“En toda ocasión y lugar, en todas las tristezas y aflicciones, cuando la perspectiva parece sombría y el futuro nos deja perplejos, y nos sentimos impotentes y solos, se envía al Consolador en respuesta a la oración de fe. Las circunstancias pueden separarnos de todo amigo terrenal, pero ninguna circunstancia ni distancia puede separarnos del Consolador celestial. Dondequiera que estemos, dondequiera que vayamos, está siempre a nuestra diestra para apoyarnos, sostenernos y animarnos” DTG 623

“El Espíritu Santo era el más elevado de todos los dones que podía solicitar de su Padre para la exaltación de su pueblo. El Espíritu iba a ser dado como agente regenerador y, sin esto, el sacrificio de Cristo habría sido inútil. El poder del mal se había estado fortaleciendo durante siglos, y la sumisión de los hombres a este cautiverio satánico era asombrosa. El pecado podía ser resistido y vencido únicamente por la poderosa intervención de la tercera persona de la Divinidad, que iba a venir no con energía modificada, sino en la plenitud del poder divino. El Espíritu es el que hace eficaz lo que ha sido realizado por el Redentor del mundo” DTG 625

Preguntas para Dialogar:

  1. Dada la tendencia humana a la exaltación propia, ¿qué lecciones nos enseña la obra humilde y subordinada del Espíritu Santo?
  2. En diálogo con Nicodemo, Jesús comparó al Espíritu con el viento. ¿Qué lecciones espirituales podemos aprender de esa comparación?
  3. Algunas personas afirman que la evidencia de ser “llenos del Espíritu” es la habilidad de hablar en lo que comúnmente se denominan “lenguas”. ¿Cómo deberíamos responder a esta afirmación?
  4. Tenemos la tendencia a pensar en la obra del Espíritu Santo en nosotros como individualmente, lo que, por supuesto, es correcto. Al mismo tiempo, ¿cómo podemos, como cuerpo colectivo, experimentar la realidad de su presencia en nuestra iglesia como un todo?

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