El Evangelio en el Antiguo Testamento
“Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron” (Heb. 4:2).
Este versículo tiene implicaciones asombrosas. Primeramente, porque el evangelio –no sencillamente “buenas nuevas” sino las buenas nuevas– se predicó en el Antiguo Testamento. Segundo, se lo predicó entonces así como en los tiempos del Nuevo Testamento. No hay ningún indicio de que hubiera alguna diferencia en el mensaje mismo. Por lo tanto, el problema no tenía que ver con el mensaje sino con la forma en que se lo oyó. También hoy, personas diferentes pueden escuchar el mismo evangelio de forma muy diferente. Cuán vital es, en tonces, que nos entreguemos con fe total a la enseñanza de la Palabra, de modo que cuando se predique el evangelio lo escuchemos correctamente.
Lee los siguientes versículos, y resume el mensaje del evangelio en cada uno:
Gén. 3:15
Éxo. 19:4-6
Sal. 130:3,4; 32:1-5
Isa. 53:4-11
Jer. 31:31-34
¿Notaste una frase en común? Dios interviene para salvarnos; nos perdona los pecados y pone “enemistad” en nosotros hacia el pecado, a fin de que podamos estar “dispuestos a obedecer” (Isa. 1:19, NVI). Uno (Jesús) murió por los muchos, cargó sus (nuestras) iniquidades y justifica a los que no lo merecen. El Nuevo Pacto es diferente del pacto antiguo porque la Ley está escrita en el corazón, y “nunca más me acordaré” de sus pecados (Heb. 8:12). En pocas palabras, el perdón y el nuevo nacimiento son un paquete: la justificación y la santificación representan la solución divina del problema del pecado. Estos pasajes podrían multiplicarse, porque el mensaje es el mismo en toda la Biblia: a pesar de nuestro pecado, Dios nos ama y ha hecho todo lo que es posible para librarnos del pecado.
¿Cómo nosotros, personas que creemos en la importancia de guardar la Ley, podemos protegernos del error de creer que guardarla es lo que nos justifica? ¿Por qué eso no siempre es fácil de hacer?