“El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza” (Prov. 1:7)

¡No Olvides!

jueves 01 enero, 2015

Lee Proverbios 3:7. ¿Cuál es la trampa de ser sabio en tu propia opinión? Ser sabio en tu opinión te llevará a la ilusión de que no necesitas de Dios para ser sabio. Esto no te deja esperanza. “Más esperanza hay del necio que de él” (Prov. 26:12). Aquí se describe a la sabiduría como un compromiso religioso. Ser sabio significa guardar los Mandamientos (3:1), exhibir “la misericordia y la verdad” (3:3) y confiar en Jehová (3:5). Es decir, implica una relación ín tima con Dios. Nota la referencia repetida al corazón (3:1, 3, 5), que es nuestra respuesta a la influencia de Dios. (El corazón ya se había mencionado en 2:10 como el lugar al cual entra la sabiduría.)

Lee Proverbios 3:13 al 18. ¿Qué recompensa viene con el don de la sabiduría?

La sabiduría se asocia con la vida y la salud (Prov. 3:2, 8, 16, 18, 22). Una de las imágenes es “el árbol de vida” (3:18), repetida varias veces en el libro (11:30; 13:12; 15:4). La metáfora alude al Jardín del Edén. Esta promesa no significa que la adquisición de la sabiduría nos dará la vida eterna; en cambio, la idea es que la calidad de vida con Dios, de la que gozaron nuestros primeros padres en el Edén, puede recuperarse. Cuando vivimos con Dios, obtenemos vislumbres del Edén; aún más, aprendemos a esperar la recuperación de este reino perdido (ver Dan. 7:18).

Lee Proverbios 3:19 y 20. ¿Por qué es tan necesaria la sabiduría?

La repentina referencia a la creación parece fuera de lugar en este con - texto. No obstante, el uso de la sabiduría durante la creación refuerza el argumento del versículo 18, que asocia la sabiduría con el árbol de vida. Si Dios usó la sabiduría para crear los cielos y la tierra, la sabiduría no es un asunto trivial: la sabiduría es un asunto cósmico, y va más allá de los límites de nuestra existencia terrenal. La sabiduría también tiene que ver con nuestra vida eterna. Esta perspectiva está contenida en la promesa con la que concluye nuestro pasaje: “Los sabios heredarán honra” (3:35).

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