"Porque nada hay imposible para Dios" Luc. 1:37

“SE LLAMARÁ JUAN”

lunes 30 marzo, 2015

El silencio divino marcó la historia de Israel por casi cuatrocientos años después de Malaquías. Con los anuncios de los nacimientos de Juan el Bautista y de Jesús, se quebró el silencio divino.

Las historias del nacimiento de Juan y de Jesús tienen semejanzas. Ambos fueron milagrosos: en el caso de Juan, Elisabet ya había pasado por mucho la edad de tener hijos; en el caso de Jesús, una virgen tendría un hijo. El ángel Gabriel anunció ambas promesas de nacimiento. Los dos anuncios fueron recibidos con un espíritu de asombro, gozo y entrega a la voluntad de Dios. Ambos bebés debían crecer y llegar a ser fuertes en el Espíritu (Luc. 1:80; 2:40).

Pero, la misión y el ministerio de los dos bebés milagrosos eran diferentes. Juan había de ser el que preparara el camino para Jesús (Luc. 1:13-17). Jesús era “el Hijo de Dios” (vers. 35) y el cumplimiento de las profecías mesiánicas (vers. 31-33).

Lee Lucas 1:5 al 22. Aunque se presenta a Zacarías como “irreprensible”, su falta de fe ante el anuncio del ángel resultó en una reprensión. ¿Cómo nos ayuda esto a comprender el concepto de “irreprensible” para un creyente en Jesús?

“El nacimiento del hijo de Zacarías, como el del hijo de Abraham y el de María, había de enseñar una gran verdad espiritual, una verdad que somos tardos en aprender y propensos a olvidar. Por nosotros mismos somos inca- paces de hacer bien; pero lo que nosotros no podemos hacer será hecho por el poder de Dios en toda alma sumisa y creyente. Fue mediante la fe como fue dado el hijo de la promesa. Es por la fe como se engendra la vida espiritual, y somos capacitados para hacer las obras de justicia” DTG 73

El milagro de Juan tuvo un propósito decisivo en el trato de Dios con su pueblo. Después de cuatrocientos años de ausencia profética en la historia de Israel, Juan irrumpió en esa historia con un mensaje específico y con poder decisivo. La misión y el mensaje de Juan eran “preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Luc. 1:17). Había de ser el precursor del Mesías, el que prepararía el camino para la misión de Jesús.

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