“Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús [...]. No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” Gál. 3:26-28

MUJERES AGRADECIDAS Y CON FE

martes 05 mayo, 2015

En Lucas 7:36 al 50, Jesús transformó una comida en un evento de magnitud espiritual que dio dignidad a una mujer pecadora. Simón, un fariseo destacado, invitó a Jesús para una comida. Los invitados se sentaron y, de repente, hubo una interrupción: “una mujer de la ciudad, que era pecadora” (vers. 37), se acercó rápidamente a Jesús, quebró un vaso de alabastro de un perfume muy costoso, derramó ese aceite sobre él, se inclinó sobre sus pies y los lavó con sus lágrimas.

¿Qué lecciones podemos aprender de la expresión de gratitud y de la aceptación por parte de Jesús de ese acto de fe?

“Cuando a la vista humana su caso parecía desesperado, Cristo vio en María aptitudes para lo bueno. Vio los rasgos mejores de su carácter. El plan de la redención ha investido a la humanidad con grandes posibilidades, y en María estas posibilidades debían realizarse. Por su gracia, ella llegó a ser participante de la naturaleza divina. [...] María fue la primera en ir a la tumba después de su resurrección. Fue María la primera que proclamó al Salvador resucitado” DTG 521

En Lucas 8:43 al 48, un caso de extrema miseria fue el objeto de la suprema consideración de Jesús. Por mucho tiempo, una mujer padeció una enfermedad incurable que arruinó su cuerpo y su alma. No obstante, después de doce años, una llamita de esperanza ingresó en la escena: “Oyó hablar de Jesús” (Mar. 5:27).

¿Qué oyó ella? No lo sabemos, pero ella supo que Jesús se interesaba en los pobres, abrazaba a los desechados sociales, tocaba a los leprosos, convertía el agua en vino y se preocupaba por las personas desesperadas, de las cuales ella era una. Pero, oír no es suficiente; el oír debe conducir a la fe (Rom. 10:17). Y esa fe la condujo al sencillo acto de tocar el borde de la vestimenta de Jesús. Ese toque fue impulsado por la fe, lleno de propósito, eficaz y centrado en Cristo. Solo una fe tal puede recibir esta bendición del Dador de la vida: “Tu fe te ha hecho salva” (Luc. 8:48).

Es muy fácil mirar a la gente y juzgarla. Aunque a menudo no lo verbalicemos, juzgamos en nuestros corazones, lo que está mal igual. ¿De qué manera podemos aprender a dejar de juzgar a otros, aun en nuestra mente, pues quién sabe qué haríamos nosotros si estuviésemos en la misma situación?

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