“Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se abrirá” Luc. 11:9, 10

JESÚS Y EL ESPÍRITU SANTO

domingo 10 mayo, 2015

Como un gentil converso y compañero de misión del apóstol Pablo, Lucas consideró el ingreso de la cristología en la historia −desde la encarnación de Jesús hasta su ascensión y hasta la difusión de la iglesia− como una maravilla divina producida y guiada por el Espíritu Santo. En la vida de Jesús vemos actuar a toda la Deidad en nuestra redención (Luc. 3:21, 22); y Lucas enfatiza este punto por medio de sus continuas referencias al Espíritu Santo.

¿Qué nos indican los siguientes versículos acerca de la función del Espíritu Santo en la venida de Cristo a la Tierra en carne humana? Luc. 1:35, 41; 2:25-32.

La misión de Jesús comenzó con varias referencias al Espíritu Santo. Según Lucas, Juan el Bautista predijo que, aunque él bautizaba con agua, aquel que lo seguiría bautizaría con el Espíritu (Luc. 3:16). En ocasión del bautismo de Jesús, tanto el Padre como el Espíritu Santo afirmaron la autenticidad de su misión redentora. Dios el Padre declaró desde arriba que Cristo es su Hijo amado enviado para redimir a la humanidad, mientras el Espíritu Santo descendía sobre él en la forma de una paloma (Luc. 3:21, 22). Desde entonces, Jesús estuvo “lleno del Espíritu Santo” (Luc. 4:1) y listo para enfrentarse con el enemigo en el desierto, así como para comenzar su ministerio (Luc. 4:14).

Las palabras iniciales de su sermón en Nazaret fueron una aplicación de la profecía mesiánica de Isaías a sí mismo: “El Espíritu del Señor está sobre mí” (vers. 18). El Espíritu era su compañero constante, su fuerza afirmadora, y también sería su presencia permanente entre sus seguidores cuando él ya no estuviese entre ellos (Juan 16:5-7). No solo eso, Jesús prometió que Dios daría el don del Espíritu a quienes lo pidieran (Luc. 11:13). El Espíritu que siempre vinculó a Cristo con el Padre y su misión redentora es el mismo Espíritu que fortalecería a los discípulos en su jornada de fe. De allí la importancia vital del Espíritu en la vida cristiana: en realidad, la blasfemia contra el Espíritu Santo es el pecado más grave de todos (Luc. 12:10).

¿Qué maneras concretas y prácticas pueden abrirnos a la conducción del Espíritu Santo? Es decir, ¿cómo podemos ser cuidadosos de que nuestras elecciones de ninguna manera nos endurezcan a su voz?

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