“He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá” (Jer. 31:31).

EL NUEVO PACTO

miércoles 09 diciembre, 2015

Lee Jeremías 31:31 al 34. ¿Qué significan estos textos tanto en su contexto original como en el de nuestros días?

Jeremías pronunció estas palabras en medio de la mayor crisis que el pueblo había afrontado hasta entonces: la próxima invasión babilónica, cuando la nación fue amenazada con una casi certera extinción. Sin embargo, nuevamente aquí, como en otros lugares, el Señor les ofreció esperanza, la promesa de que esto no sería el final definitivo, y que ellos tendrían otra oportunidad para progresar en la presencia de Dios.

De este modo, la primera promesa del “nuevo pacto” que se encuentra en la Biblia está en el contexto del regreso final de Israel del exilio babilónico y la bendición que Dios les otorgaría a su regreso. Así como romper el pacto hecho en Sinaí (Jer. 31:32) los llevó al exilio, la reformulación de este pacto los preservaría y les daría esperanza para el futuro. Como el pacto del Sinaí, el nuevo pacto sería de relaciones e incluiría la misma Ley, los Diez Mandamientos, pero ahora escritos no en tablas de piedra sino en sus corazones, donde deberían haber estado siempre.

“La misma ley que fue grabada en tablas de piedra es escrita por el Espíritu Santo sobre las tablas del corazón. En vez de tratar de establecer nuestra propia justicia, aceptamos la justicia de Cristo. Su sangre expía nuestros pecados. Su obediencia es aceptada en nuestro favor. Entonces, el corazón renovado por el Espíritu Santo producirá los frutos del Espíritu. Mediante la gracia de Cristo viviremos obedeciendo la Ley de Dios, escrita en nuestro corazón”

(PP, p. 389)

Bajo el nuevo pacto, sus pecados serían perdonados, conocerían al Señor por sí mismos y obedecerían la Ley de Dios mediante el poder del Espíritu Santo actuando en ellos. El pacto anterior en sombras y símbolos es el nuevo pacto en la realidad, porque la salvación fue siempre por fe, una fe que revelaría los frutos del Espíritu.

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