“Entonces les declaré cómo la mano de mi Dios había sido buena sobre mí, y asimismo las palabras que el rey me había dicho. Y dijeron: Levantémonos y edifiquemos. Así esforzaron sus manos para bien” (Neh. 2:18).

DAVID, GOLIAT Y BETSABÉ

domingo 24 enero, 2016

La vida es complicada porque, como seres humanos, somos complicados. Imagínate: criaturas hechas a la imagen de Dios, que se corrompieron. No es extraño que nuestro potencial, tanto para el bien como para el mal, pueda alcanzar niveles notables. Algunas personas alcanzan niveles elevados de “bondad” mientras que otras, lamentablemente, caen en los extremos de la depravación. Además, ¡ambos extremos pueden manifestarse en la misma persona! La buena noticia es que algunos que estuvieron muy abajo pudieron, por la gracia de Dios, hacer grandes cosas para él y para la humanidad. Sin embargo, lo opuesto también puede ocurrir: los que están en lo alto puede caer a las profundidades. Satanás es real, el Gran Conflicto es real y, a menos que estemos conectados con el Señor, aun el mejor de nosotros puede caer presa de nuestro enemigo (1 Ped. 5:8).

Lee 1 Samuel 17:43 al 51. ¿Qué dijo David que es vital para entender su victoria? Compara con 2 Samuel 11:1 al 17. ¿Qué agudo contraste vemos aquí en el mismo hombre? ¿Qué marcó la diferencia?

El mismo David que derrotó al gigante Goliat es el David que fue derrotado por su propia lujuria y arrogancia. ¿Cuántas mujeres ya tenía el hombre? Ve una mujer más, una casada, y ¿dónde está todo el tema de “de Jehová es la batalla” (1 Sam. 17:47; o “hay Dios en Israel” (vers. 46)? Si hubo un momento en que David necesitó saber que “de Jehová es la batalla”, y que debía librar esa batalla con la armadura de Dios, no era en la guerra sino en su propio corazón, donde también se libra el Gran Conflicto en cada uno de nosotros.

Al volver en sí después de esta terrible caída con Betsabé, David tenía suficiente tristeza y culpa para que le durara toda la vida. Su dolor lo llevó a escribir el Salmo 51, en el que ruega por un corazón limpio (vers. 10) y la restauración de su compañerismo con Dios (vers. 11, 12). En la gran lucha cósmica, los hombres poderosos son tan vulnerables como la persona de menor rango; no obstante, Dios está dispuesto a trabajar con todos los que verdaderamente se arrepienten.

Piensa en ti mismo: tus triunfos, chascos, victorias y fracasos. ¿Qué lecciones de ambas historias puedes aplicar a cualquier situación que afrontes ahora mismo?

Más de ESU