“Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mat. 23:12).

GUÍAS CIEGOS

domingo 05 junio, 2016

Jesús mismo había guiado a los hijos de Israel a Jerusalén, con mano poderosa y brazo extendido. Sobre alas de águila los había sacado de Egipto. “Serán mi propiedad exclusiva entre todas las naciones. Aunque toda la tierra me pertenece, ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa” (Éxo. 19:5, 6, NVI).

En un sentido, Jesús se había comprometido con Israel sobre un hermoso monte llamado Sinaí. Éxodo 24 dice que los dirigentes y los ancianos subieron al monte “y vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno [...] vieron a Dios, y comieron y bebieron” (vers. 9-11). Cristo ofreció la copa de su pacto con Israel, como un hombre ofrece una copa a la mujer con la que desea casarse para darle un futuro maravilloso. Israel recibió la copa y dijo: Sí, quiero vivir para siempre contigo en la Tierra Prometida.

Recordando este antecedente, lee Mateo 23. ¿Qué les dice Jesús a los líderes de Israel? ¿Qué advertencia se da? Más importante, ¿qué lecciones podemos obtener para nosotros con respecto a las cosas por las que él los reprendió específicamente? ¿De qué modo podemos evitar ser culpables de lo mismo?

Mateo 23 fue el último ruego desesperado para reconciliarse con sus amados; pero sus amados lo abandonaron. Él aceptó la decisión y, por última vez, salió del Templo. “He aquí”, dijo, “vuestra casa os es dejada desierta” (Mat. 23:38). Al abandonar Jesús el Templo, este llegó a estar vacío y desolado, como el desierto del cual el Señor los había rescatado anteriormente.

Una gran transición en la historia de la salvación estaba por suceder, y estos líderes, y los que ellos guiarían al engaño, la perderían. Entre tanto, muchos otros, judíos y pronto gentiles, guiados por el Espíritu Santo, continuarían la gran obra y vocación de Israel. Llegarían a ser la verdadera simiente de Abraham y “herederos según la promesa” (Gál. 3:29). Nosotros hoy somos parte del mismo pueblo, con la misma vocación divina.

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