“Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche [...]” (Mat. 26:31).

GETSEMANÍ

martes 14 junio, 2016

Durante la semana de la Pascua, los sacerdotes ofrecían miles y miles de corderos en el Templo, que se encontraba en un terreno un poco más elevado que el valle de Cedrón. La sangre de los corderos se derramaba hacia el altar, y luego fluía bajando por un canal a un arroyo que corría por ese valle. El arroyo realmente pudo volverse rojo por la sangre de los corderos. Jesús y sus discípulos tal vez cruzaron las rojas aguas de este arroyo en camino al Huerto de Getsemaní.

Lee Mateo 26:36 al 46. ¿Por qué la experiencia del Getsemaní fue tan difícil para Jesús? ¿Qué estaba sucediendo allí?

No era la muerte física lo que Jesús temía cuando oró que la copa pasase de él. Lo que Jesús temía era la separación de Dios. Jesús sabía que, al llegar a ser pecado, morir por nosotros y llevar sobre sí la ira de Dios contra el pecado, él estaría separado de su Padre. La violación de la santa Ley de Dios era tan seria que demandaba la muerte del culpable. Jesús vino precisamente a tomar esa muerte sobre sí a fin de evitárnosla. Esto es lo que estaba en juego para Jesús y para nosotros.

“Frente a las consecuencias posibles del conflicto, embargaba el alma de Cristo el temor de quedar separado de Dios. Satanás le decía que, si se hacía garante de un mundo pecaminoso, la separación sería eterna. Quedaría identificado con el reino de Satanás y nunca más sería uno con Dios. [...] Había llegado el momento pavoroso, el momento que habría de decidir el destino del mundo. La suerte de la humanidad pendía de un hilo. Cristo podía aun ahora negarse a beber la copa destinada al hombre culpable. Todavía no era demasiado tarde. Podía enjugar el sangriento sudor de su frente y dejar que el hombre pereciese en su iniquidad. Podía decir: Reciba el transgresor la penalidad de su pecado, y yo volveré a mi Padre. ¿Beberá el Hijo de Dios la amarga copa de la humillación y la agonía? ¿Sufrirá el inocente las consecuencias de la maldición del pecado para salvar a los culpables?” (DTG 638, 641).

¿De qué modo la disposición que tuvo Jesús a beber esa copa debe impactar nuestra vida, especialmente cuando nos toca ayudar a otros? ¿Cómo podemos aprender a imitar mejor el carácter de Jesús en nuestras vidas?

Más de ESU