“Y toda alma viviente que nadare por dondequiera que entraren estos dos ríos, vivirá; y habrá muchísimos peces por haber entrado allá estas aguas, y recibirán sanidad; y vivirá todo lo que entrare en este río” (Eze. 47:9).

UN RÍO QUE FLUYE

lunes 18 de julio, 2016

Lee Ezequiel 47:1 al 8. ¿Qué ocurre con el templo que Ezequiel mira en visión?

Parece que en el templo se produce una grieta. Uno se pregunta: ¿Se rompió un caño, o qué? En este caso, la grieta es buena.

Esta agua que sale del templo va “hacia el oriente”. Al este de Jerusalén, está el Mar Salado (también conocido como el Mar Muerto), un cuerpo de agua que está muy por debajo del nivel del mar. Entre Jerusalén y el Mar Muerto, hay aproximadamente 34 kilómetros de un terreno en su mayoría desértico, que incluye el Arabah, también conocido como la depresión del Jordán y del Mar Muerto. Ese mar es tan salado que nada puede vivir allí.No obstante, cuando al agua del templo llega allá, las aguas muertas del mar son “sanadas”. Esto puede entenderse simbólicamente como que la iglesia de Dios, el templo (1 Ped. 2:4, 5), se extiende, y es una fuente de salud y sanidad para aquellos muertos en transgresiones y pecado.

Lee Mateo 5:16. ¿Qué nos enseña Jesús aquí con respecto al modo en que hemos de representarlo ante el mundo?

El río Zambezi, en Zambia, África, comienza como un arroyo poco profundo que sale de debajo de un árbol. En su recorrido hacia las Cataratas de Victoria, va creciendo: al comienzo, el agua llega a los tobillos; luego, llega hasta a la rodilla; después, a la cintura; y finalmente, el arroyo se transforma en un río lo suficientemente profundo como para nadar en él. Del mismo modo, aunque pequeño al comienzo, el río del templo aumenta en velocidad e impacto, y llega a ser un río que “no se podía pasar sino a nado” (Eze. 47:5).

La influencia sanadora de tu iglesia puede ser pequeña en el comienzo, pero ¡puede crecer hasta transformar tu comunidad! “Se me presentaron los comienzos de nuestra obra como semejantes a un riachuelo muy pequeño” (TI 7:163).

Luz y agua: ambas son imágenes usadas a fin de manifestar lo que Dios puede hacer por medio de nosotros para ayudar a otros. ¿De qué forma podemos llegar a ser mejores canales para ministrar a los necesitados?