El sacerdocio de todos los creyentes

Daniel Nae

sábado 23 de abril, 2011

Debo reconocer que me sorprendió el título del artículo "El sacerdocio de todos los creyentes y otros mitos", de Timoteo Wengert,[1] así que leí la investigación con mucha atención. Me di cuenta relativamente temprano que el autor no ataca el concepto per se, sino la manera de entenderlo y aplicarlo a nuestra vida espiritual,[2] las ideas que hemos tejido alrededor de esta creencia, que se han constituido en mitos contemporáneos o leyendas urbanas. El presente artículo presenta tres mitos que se pueden infiltrar en nuestra cultura adventista en relación con la doctrina del sacerdocio universal.[3]

El mito de la uniformidad

En su tratado Aludiendo a la nobleza,[4] Lutero está derrumbando lo que él llama "muros de papel",[5] fuertes creencias populares, pero no bíblicas, de su tiempo. Lutero afirma que no hay dos maneras de relacionarnos con Dios, dos clases o dos categorías de cristianos: "Alguien invento la noción de que el Papado, obispado, sacerdocio y monasterio son conocidos como los puestos espirituales, mientras que los príncipes, señores feudales, cambistas y agricultores ocupan puestos mundanos. Esto constituye una hipocresía y glosa muy poco perceptible."[6]Todos somos ministros, somos iguales delante de los ojos de Dios, y todos tenemos acceso libre y directo al trono de la gracia, pero esto no significa que nos constituimos en una colectividad uniforme, de tipo comunista. Tenemos dones diferentes, experiencias diferentes y oficios diferentes en la iglesia, por lo tanto no debemos transformarla en un lecho de Procusto![7]

El mito de la espiritualidad individualista

Después de derrumbar el muro que separaba al clero de los laicos, Lutero afirma que cada creyente tiene el derecho de acercarse a las Escrituras e interpretarlas. De esta manera, el gran reformador está atacando el segundo muro, el que ha creado la separación entre "los ignorantes", el pueblo común, que no tienen la capacidad de entender la Biblia, y los "especialistas", los teólogos, los que tienen la preparación y el ungimiento de interpretar los misterios de la Palabra. Los cristianos protestantes reconocen este don extraordinario de la Reforma, el privilegio de tener en tus manos, en tu propio idioma, la Sagrada Escritura, sin embargo debemos reconocer que esta prerrogativa lleva consigo una gran responsabilidad, porque cada día aparecen más "profetas" que anuncian una "nueva luz". El mundo occidental es muy individualista, pero no debemos confundir el privilegio de tener acceso directo a leer e interpretar la Palabra de Dios con la necedad de creer y proclamar fantasías teológicas. Lamentables y tristes experiencias religiosas, como la de David Koresh,[8] nos advierte que un mito se puede volver peligroso.

El mito de la autonomía congregacional

Por último, Lutero está asaltando otro muro de privilegios, la idea de que solo el Papa puede convocar un concilio.[9] Desde mi punto de vista, esta brecha abrió el camino a los movimientos de reavivamiento espiritual, porque ofreció a los creyentes, otra vez, la posibilidad de reunirse en grupos pequeños y grandes, para orar, estudiar y, especialmente, predicar la Palabra. Los pietistas, los hermanos moravos, los metodistas, los adventistas, representan ejemplos del impacto que tiene la convicción que Dios nos ha regalado, no solo el privilegio de ser criaturas sociales, sino el privilegio de dar un testimonio corporativo de nuestra fe. Y, seguramente, este es otro elemento derivado del principio del sacerdocio de todos los creyentes.

Tristemente, otro mito creado alrededor de este regalo divino es la falsa convicción, o vocación equivocada, de que cada uno puede reunir cuando quiere un grupo de creyentes, o separarlo de la organización central, con el propósito de alcanzar una mejor distribución de los recursos financieros o de cumplir de una manera superior el mandato del Evangelio. Por ejemplo, cuando un grupo de creyentes está chantajeando a la Asociación con no enviar más el diezmo en el caso que no se resuelven un determinado problema local, podemos afirmar con certeza que esta no es la aplicación correcta del principio del sacerdocio de todos los creyentes, sino un autoengaño, la caída en la trampa del mito de la autonomía congregacional.

Todos los mitos en discusión desaparecen como la neblina, cuando se levanta el sol, porque el concepto del sacerdocio de todos los creyentes, involucra, como lo escribía Lutero, otros elementos claves, como la unidad espiritual de los feligreses, representada por el cuerpo humano. Y la cabeza de este cuerpo es Cristo, el Sumo sacerdote. Él no reconoce "muros", pero tampoco aprueba mitos.



[1]
El título en inglés es The Priesthood of All Belivers and Other Myths. Ver la página web http://www.valpo.edu/ils/assets/pdfs/05_wengert.pdf

[2]El autor presenta una perspectiva luterana, con sus implicaciones personales y eclesiásticas.

[3]Estos tres mitos son falsas aplicaciones del principio del sacerdocio de todos los creyentes.

[4]Martin Luther, Works of Martin Luther, "Address to the Nobility" (Philadelphia: A. J. Holman, 1925).

[5]Ver Wengert, 8.

[6]Wengert, 9, citando WA 6:407, 10-12 (Weimarer Ausgabe, La edición Weimar de las obras de Lutero).

 

[7]http://es.wikipedia.org/wiki/Procusto.

[8]http://en.wikipedia.org/wiki/David_Koresh.

[9]Wengert, 21.