Adorando y alabando a Dios en toda ocasión
Armando Juárez
Cuando hablamos de adorar, nos viene a la mente un cuadro donde los adoradores están reunidos en un templo postrados en actitud reverente rindiendo adoración al Señor.
En otro escenario, la adoración y la alabanza la relacionamos con una reunión de personas en un acto público de culto. Sin embargo, en la Palabra de Dios se nos muestra que la adoración va más allá de una reunión pública en un lugar de adoración.
Jesús mismo afirmó esta verdad en su diálogo con la mujer samaritana. Él afirmó que más importante que el lugar, es que la adoración sea "en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren", y luego reafirma que "los que le adoran en espíritu y en verdad es necesario que le adoren" (Juan 4:20-24).
La adoración en el Antiguo Testamento está vinculada con la vida diaria de los adoradores de Jehová, es decir con los momentos de alegría o de tristeza y dolor, momentos de decisiones y actos donde el adorador reconoce la presencia y la bendición del Señor.
Veamos algunos ejemplos: El siervo de Abraham cuando fue a buscar esposa para Isaac, al encontrar a la familia de su amo en Mesopotamia, se nos relata que "entonces el criado de Abraham se arrodilló y adoró al SEÑOR" (Gen 24:26 NVI), en un acto de gratitud a Dios por su conducción en la misión encomendada por su amo.
Israel adoró al Señor por recibir la seguridad de su hijo José de que sus restos iban a ser sepultados con los de sus padres en Canaán: "E Israel dijo: júramelo. Y José le juró. Entonces Israel se inclinó (en adoración) sobre la cabecera de la cama. (Gen 47:31).
Lo mismo sucedió con Gedeón cuando oyó la interpretación que anunciaba su victoria sobre los madianitas; el pasaje bíblico nos dice que "oyó el relato del sueño y su interpretación, adoró; y vuelto al campamento de Israel, dijo: Levantaos, porque Jehová ha entregado el campamento de Madián en vuestras manos (Jue 7:15).
David adoró a Dios cuando los funcionarios de la corte fueron a felicitarlo y afirmar su apoyo por el nombramiento de Salomón como su sucesor: "Ante eso, el rey se inclinó en su cama" (1 Rey 1:47).
Aún en el momento más negro de la vida de Job, después que recibió la noticia de que había perdido todas sus pertenencias y a sus hijos, se nos dice que: "Entonces Job se levantó, razgó su manto, y rasuró su cabeza, y se postró en tierra y adoró". (Job 1:20).
Por lo que vemos, la adoración no es solo para practicarse en momentos de culto público o privado, sino para realizarse en medio del diario vivir como un estilo de vida. Cuando vivimos en comunión con el Señor siempre habrá motivos para adorarle en cada una de las vicisitudes o alegrías, trabajos o actividades que realicemos.
Cuando adoramos a Dios, lo adoramos por lo que Él es, un Dios amante, bondadoso, lleno de gracia y a la vez poderoso. También lo alabamos por las maravillosas obras que él hace a favor nuestro, de nuestra familia, por su iglesia, por el mundo o por el universo.
Este espíritu de adoración es el mismo que inspira a todos los seres celestiales que rodean el trono de Dios que "`ni de día ni de noche cesan de decir: "¡Santo, Santo, Santo es el Señor Dios Todopoderoso, que era y que es y que ha de venir!"´. Los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono y adoran al que vive por los siglos de los siglos; y echan sus coronas delante del trono, diciendo: "Digno eres tú, oh Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, la honra y el poder; porque tú has creado todas las cosas, y por tu voluntad tienen ser y fueron creadas" (Ap 4:8-11).