Nuestro mejor servicio como jóvenes
Marco T. Terreros
Hace muchos años atrás el sargento de un batallón, con los brazos cruzados, le gritaba con enojo a unos cuantos soldados que trataban de sacar un carruaje del barro. Un hombre alto que pasaba por el lugar le preguntó al sargento por qué no les ayudaba. "¿Por qué? ¡Yo soy el sargento!" contestó con altanería.
El hombre se quitó su gabán y se puso a ayudar a los soldados a sacar el coche del lodo en el que se hallaba atascado. Cuando se terminó la tarea, el hombre con gran naturalidad se puso de nuevo el gabán y caminó hasta el sargento. "Si en otra ocasión precisa ayuda—le dijo—llámeme no más." Más tarde el sargento supo que ese caballero alto era Abraham Lincoln, quien luego llegó a ser presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.
Individualmente y como iglesia hemos sido llamados a servir. El servicio es la esencia de nuestra misión como la iglesia del Cristo que vino a este mundo "no para ser servido sino para servir" (Mat. 20:28). Él continúa dando su servicio al mundo hoy por medio de su iglesia. Y en ese servicio Jesús es nuestro Modelo supremo.
Tal como la lección de esta semana indica, la iglesia no es una invención humana. Fue creada por Jesús con el propósito principal de traer a los pecadores a una relación salvífica con él. El aspecto más importante de la misión de la iglesia es el de impartir el pan de vida a las almas hambrientas de quienes no conocen a Dios. Esto está bien ilustrado en el ejemplo de Jesús. Aunque siempre estuvo dispuesto a satisfacer el hambre de quienes acudían a él, como puede verse en su alimentación milagrosa de las multitudes, se entristecía cuando la gente le buscaba tan solo para recibir el pan material (Juan 6:26). Su mayor anhelo era poder alimentarlos con el pan espiritual (vers. 27).
El método misionero de Jesús, que consistía en satisfacer primero las necesidades físicas de la gente, mostrándoles simpatía y amor, ganando así la confianza de sus corazones para luego invitarlos a que le siguieran, ilustra la manera en que debiéramos trabajar como individuos y como iglesia. El cumplimiento de su misión es la razón de ser de la iglesia y el servicio es su esencia. Así que de la iglesia puede decirse lo mismo que a menudo se dice del individuo: "Si no vive para servir no sirve para vivir." De los tres propósitos mencionadas en la Biblia para los cuales Jesús le da dones a su iglesia, el primero es "a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio" (Efe. 4:12). La palabra ministerio significa servicio. Hemos sido equipados con dones para que podamos ministrar, es decir, para que podamos servir.
Si bien es cierto que a fin de servir a la comunidad la iglesia local haría bien en tener centros de beneficencia social y adelantar programas para suplir necesidades en los grupos de población menos favorecidos, los pobres, las viudas, los huérfanos, etc. la verdadera religión abarca mucho más. Todo adulto, y especialmente cada joven miembro de la iglesia debería entenderlo. Que "la religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo" (Sant. 1:27). Esta última parte del versículo, "guardarse sin mancha del mundo" es un desafío monumental especialmente para nuestros jóvenes de hoy. Porque sus mentes se enfrentan con dos grandes fuerzas, fuentes de atracción externas e internas. Las externas son las tentaciones cada vez más atrayentes con las que son constantemente bombardeados mayormente a través de los medios de comunicación. Las internas son las que provienen de sus propios deseos juveniles.
Por ello, el mejor servicio que como jóvenes podemos prestarle a Dios, a su iglesia, y a nuestros semejantes es, como Pablo le recomendó a su joven discípulo Timoteo, huyendo de las pasiones juveniles, y siguiendo la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor (2 Tim. 2:22, ver 1 Pe. 2:11). Por un lado, el fallar en seguir este consejo nos incapacitará para comprender bien lo que Dios quiere que hagamos y proclamemos en el cumplimiento de nuestra misión pues se estorba y puede llegar a impedirse la obra del Espíritu Santo. Por otro lado nuestra vida, en lugar de ser un buen testimonio en el servicio que estamos llamados a prestar, puede hacer exactamente lo contrario, neutralizar ese testimonio y hacerlo nulo. ¿Recuerdas las palabras de Gandhi, "yo sería Cristiano sino fuera por los Cristianos"? Jóvenes, vivamos a la altura de nuestra elevada vocación (1 Pe. 2:9).