“Jesús en malas compañías”
Juan José Andrade
“No te juntes con ellos”. Esta es una recomendación que a menudo escuchamos que los padres hacen a los niños o jóvenes. Esta recomendación tiene la intensión de protegerlos de la influencia negativa de aquellos cuyo comportamiento, palabras y acciones son negativas. Es que realmente hay algunos para quienes el temor de Dios parece no significar nada y por lo tanto sus acciones y palabras son verdaderamente groseras.
Esta recomendación parace que tiene lugar cuando algunos todavía no tenemos la capacidad de poder distinguir correctamente una compañía que puede ser negativa para nosotros.
Llega el momento cuando cada uno tiene que tomar sus propias decisiones en asuntos de amistad y relación. Es evidente que debemos ser cuidadosos frente a toda influencia que permitimos llegue a nosotros. Sin embargo, hay otra dimensión de las influencias: la que va de aquí para allá. La que tiene que ver con nuestra responsabilidad de alcanzar a los demás. Frente al mensaje de la lección de esta semana, que nos presenta a Jesús juntándose con los “malos”, te pregunto: ¿Cómo relacionar estas dos ideas? ¿Debemos o no juntarnos con “malas compañías”?
Bueno, vamos a considerar algunos principios guiadores:
En primer lugar la Biblia es clara al advertirnos en repetidas ocasiones de no seguir los pasos de los impíos: “Hijo mío, si los pecadores te quisieren engañar, no consientas…Hijo mío, no andes en camino con ellos. Aparta tu pie de sus veredas” (Prov. 1:10, 15). Con mucha claridad el consejo bíblico nos dice que debemos alejarnos de sus caminos de maldad. También dice que no debemos tener el deseo de estar con ellos “No tengas envidia de los hombres malos, ni desees estar con ellos” (Prov. 24:1). La razón de evitar las malas compañías es que éstas pueden transformar negativamente nuestro carácter y finalmente desviarnos del camino de la salvación, “No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (1ª. Cor. 15:33).
¿Quiénes son los pecadores, los impíos y los hombres malos mencionados en los pasajes anteriores? En estos pasajes, los “pecadores” y los “hombres malos” son aquellos cuya vida está encaminada por voluntad propia a hacer lo malo y que desean continuar en ese camino de maldad. Eso quiere decir que buscar o permitir la compañía de aquellos que no quieren lo bueno, que no tienen temor de Dios, que sus deseos y planes es hacer el mal y seguirlo haciendo, no nos conviene.
En segundo lugar, surge otra pregunta: Y nosotros, ¿No somos malos y pecadores también? ¡Claro que lo somos! Todos lo somos, la Biblia dice: “No hay justo ni aún uno” (Rom. 3:10). Entonces, cuál es la diferencia entre unos malos y otros. Pues que hay dos clases de pecadores: 1) Pecadores que quieren seguir así en su vida de maldad y 2) Pecadores redimidos por la sangre de Jesús y que cada día desean ser transformados por la gracia del Señor. De hecho, si no nos consideramos pecadores y malos, si no reconocemos esta verdad, entonces el sacrificio de Cristo sería irrelevante para nosotros, pues la Biblia dice que: “…Porque Cristo cuando aún erámos débiles, a su tiempo murió por los impíos” (Rom. 5: 6). Si no nos consideramos impíos y pecadores, no estaríamos incluidos en los beneficiados por el sacrificio de Cristo.
En tercer lugar. El mensaje general de la Biblia en cuanto a nuestra responsabilidad de alcanzar y buscar a todas las personas para el reino de Cristo está en el contexto de la lección de esta semana. Es decir, la misión de alcanzar a otros para Cristo debe llevarnos a relacionarnos con todos sin distición, aún con aquellos que parecen poco promisorios. Es así que lo vemos en el encuentro de Jesús con la mujer pecadora (Juan 8:1-11), con la Samaritana (Juan 4: 1-32) y con todos aquellos que eran rechazados de la sociedad.
Cristo murió por todos (Juan 3:16), sin distinción. Y el mejor ejemplo de acercamiento y relación con todas las personas lo encontramos justamente en él. El deseo de Jesús de ayudarles, de trasnformarlos, de salvarlos, le llevó a juntarse con los pecadores, con las prostitutas y con los ladrones. Su acercamiento a ellos fue redentivo y veía en cada persona a un miembro de la familia de Dios. En todos los hombres veía almas caídas a quienes era su misión salvar (CC, 12). De modo que este principio debe guiarnos en nuestro acercamiento con las demás personas. Si pudiéramos ver en cada uno a un candidato para el reino de los cielos, que diferente sería nuestra dispisición a buscar a otros y relacionarnos con los demás.
Que el Señor nos ayude para acercarnos intensionalmente a los demás con el deseo de hacerles bien, de ganar su confianza como lo hacía Jesús, de mostrarles simpatía y de conducirlos mediante nuestra amistad hasta las puertas del reino de los cielos. Alguien lo hizo en el pasado con nosotros, ¡Que bueno es que lo hagamos ahora nosotros con los demás!