“Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como la de un cordero sin mancha y sin contaminación”.

1 Pedro 1:18 y 19

LA TRANSFERENCIA DEL PECADO

martes 29 octubre, 2013

“El pecado de Judá escrito está con cincel de hierro y con punta de diamante; esculpido está en la tabla de su corazón, y en los cuernos de sus altares”

Jeremías 17:1

Después de la imposición de las manos y la muerte del animal, el siguiente rito en la ofrenda era la manipulación de la sangre. El sacerdote aplicaba la sangre expiatoria a los cuernos del altar. Esta parte del rito tenía que ver con la expiación (Lev. 17:11). Si el pecador era un hombre común o un líder, la sangre se aplicaba sobre el altar del holocausto (Lev. 4:25, 30); si los pecadores eran el sumo sacerdote o toda la congregación, la sangre se aplicaba al altar interior, el altar del incienso (Lev. 4:7, 18).

¿Qué significaba untar con sangre los cuernos del altar? Los cuernos eran los puntos más elevados del altar, y así podían representar la dimensión vertical de la salvación. Se llevaba la sangre a la presencia de Dios.

Jeremías 17:1 nos ayuda a comprender lo que sucedía: el pecado de Judá está grabado “en la tabla de su corazón, y en los cuernos de sus altares”. Aunque el texto se refiere a los altares involucrados en la adoración idolátrica, el principio es el mismo: el altar reflejaba la condición moral del pueblo. La sangre transfería la culpa del pecado y, al estar sobre los cuernos del altar, transfería el pecado al Santuario. Esto permite comprender el plan de salvación como se revela en el servicio del Santuario terrenal, que simboliza la obra de Cristo en el cielo por nosotros.

Siendo que la sangre llevaba el pecado, también contaminaba el Santuario. Encontramos un ejemplo de esta contaminación en casos en los que la sangre de la ofrenda de purificación salpicaba accidentalmente un vestido. La vestidura necesitaba ser purificada, no en cualquier parte, sino solo “en lugar santo” (Lev. 6:27).

Finalmente, quemar la grasa sobre el altar indicaba que todo lo que tenía que ver con la ofrenda de purificación pertenecía a Dios (Lev. 3:16). Gracias a la muerte de Jesús, simbolizada por aquellos sacrificios, nuestro pecado ha sido quitado de nosotros, puesto sobre Jesús y transferido al Santuario celestial. Esto es central en el plan de salvación.

¿Cómo nos ayudan los servicios del Santuario a comprender nuestra total dependencia de Dios para el perdón de nuestros pecados? ¿Qué consuelo te da esta verdad? Al mismo tiempo, ¿qué responsabilidades importantes lo acompañan?

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