“Si me amáis, guardad mis mandamientos”

Juan 14:15

Jesús y la esencia de la Ley

jueves 04 septiembre, 2014

Lee Mateo 19:16 al 22. ¿Qué verdades importantes acerca de la Ley y de lo que implica guardarla podemos derivar de este incidente?

El joven rico no podía entender que la salvación del pecado no proviene de guardar la Ley, incluso si se lo hace estrictamente. La salvación proviene, más bien, del dador de la Ley, el Salvador. Los israelitas habían conocido esta verdad desde el mismo comienzo, pero la habían olvidado. Ahora, Jesús expuso lo que ellos debían haber sabido desde el principio: que la obediencia y la entrega completa a Dios están tan ligadas que la una sin la otra es solo un fingimiento de vida cristiana. “No puede aceptarse algo que sea menos que la obediencia. La entrega del yo es la sustancia de las enseñanzas de Cristo. Con frecuencia es presentada y ordenada en un lenguaje que parece autoritario porque no hay otra manera de salvar al hombre que separándolo de aquellas cosas que, si las conservase, desmoralizarían todo el ser” (DTG 481).

En otro encuentro, los saduceos habían preguntado a Cristo acerca de la resurrección, y la respuesta de Jesús los había asombrado y dejado sin palabras. Por lo tanto, ahora los fariseos se reunieron para hacer un último intento por llevar al Salvador a decir algo que pudiera interpretarse como contrario a la Ley. Eligieron a cierto intérprete de la ley para que interrogara a Jesús respecto de cuál era el Mandamiento más importante (Mat. 22:35-40).

La pregunta del intérprete probablemente surgió del intento de los rabinos de organizar los mandamientos por orden de importancia. Si dos mandamientos parecían estar en conflicto, el que era considerado de mayor importancia tomaba prioridad y dejaba a la persona en libertad para transgredir el que no lo era tanto. Los fariseos exaltaban los primeros cuatro preceptos del Decálogo como más importantes que los últimos seis y, como resultado, erraban cuando se trataba de los asuntos prácticos de la religión.

Jesús respondió magistralmente: debe haber amor en el corazón antes de que alguien pueda comenzar a observar la Ley de Dios. La obediencia sin amor es imposible y carece de valor. Sin embargo, donde hay amor verdadero a Dios, la persona colocará su vida de manera incondicional en armonía con la voluntad de Dios, tal como es expresada en los Diez Mandamientos. Por eso Jesús, más tarde, dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15).

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