“Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado”

Mateo 12:37

Bendecir y maldecir

jueves 13 noviembre, 2014

Lee Santiago 3:9 al 12. ¿Qué verdad ilustra Santiago con una fuente, una higuera, y una vid?

La idea de que tanto bendiciones como maldiciones salen de nuestra boca, perturba. ¿Qué decir de ver películas profanas durante la semana, y asistir a la iglesia el sábado para escuchar la Palabra de Dios? ¿Qué decir de alguien que habla las hermosas palabras de Jesús, solo para más tarde oírle contar cuentos inmorales? Estas imágenes nos perturban espiritualmente, ya que son contrarias a lo que sabemos que es correcto. ¿La misma boca que alaba a Dios más tarde habla en forma profana? ¿Qué tiene de malo este contraste?

Santiago usa la imagen de un manantial. La calidad del agua depende de su fuente, y la raíz determina el fruto (compara con Mateo 7:16-18). También, si la Palabra de Dios está implantada en nosotros, su obra será evidente en nuestra vida. Comprender esta verdad nos libera de querer “demostrar” nuestra fe. La religión pura se arraiga en la fe, y se autentica por sí misma, así como una fuente de agua pura no necesita otra prueba que la del agua que fluye de ella.

Pero al mismo tiempo, uno podría preguntar: “Si fuéramos a calificar a ciertos seguidores de Dios en los momentos bajos de su experiencia (Moisés cuando mata al egipcio, David y Betsabé, etc.), ¿no podríamos poner en duda su profesión?”

Por supuesto, la voluntad de Dios es que no pequemos (1 Juan 2:1). Sin embargo, desde la caída de Adán y Eva, Dios ha hecho provisión para perdonar los pecados, basados en la fe en el Sacrificio prometido (compara con Sal. 32:1, 2). No obstante, el pecado trae tristeza, mientras la obediencia trae bendiciones. Moisés pasó 40 años cuidando ovejas, desaprendiendo el adiestramiento que lo llevó a matar, David sufrió la muerte del hijo de Betsabé, y tuvo una familia dividida hasta el fin de su vida. Es cierto, nuestros pecados pueden ser perdonados; pero las consecuencias de esos pecados pueden permanecer, y a menudo con resultados devastadores no solo para nosotros sino también para otros. Cuánto mejor es orar pidiendo el poder de la victoria, que tener que pedir perdón, y rogar que el daño pueda ser controlado.

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