“Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado”

Mateo 12:37

CONTROLAR EL DAÑO

miércoles 12 noviembre, 2014

Quizá lo hemos experimentado: un día decimos algunas palabras, y cuando menos nos damos cuenta, estas terminan haciendo todo un drama. Como dice Santiago: “¡Cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!” (Sant. 3:5).

Lee con cuidado Santiago 3:6. ¿Qué enseña acerca de cómo nuestras palabras pueden “contaminar” todo lo que nos rodea? ¿Por qué esto debería hacernos temblar antes de hablar?

Aunque el fuego puede simbolizar la purificación (Isa. 4:4; Zac. 13:9), con frecuencia se refiere a la destrucción (ver Jos. 6:24; 11:9, 11; 1 Sam. 30:3; Mat. 7:19), incluyendo la destructividad de las palabras imprudentes (Prov. 16:27; 26:21).

Un gran incendio puede comenzar con una chispa, y destruir y asolar con asombrosa rapidez. También las palabras pueden destruir amistades, matrimonios y reputaciones. Pueden entrar en la mente de un niño y arruinar su desarrollo futuro.

El pecado comenzó en la Tierra con una pregunta casi inocente (Gén. 3:1). De un modo similar comenzó en el cielo. Lucifer “principió por insinuar dudas acerca de las leyes que gobernaban a los seres celestiales” (PP, p. 16). No es exageración decir que la lengua es “inflamada por el infierno” (Sant. 3:6).

Las palabras, una vez pronunciadas, se van para siempre, y no podemos deshacer lo que hemos dicho. Pero deberíamos hacer lo posible para disminuir el daño y corregir lo que podamos. Dar pasos que arreglen cosas también nos ayudará a no repetir el mismo error. Por ejemplo, después de una posterior revelación de Dios, el profeta Natán volvió a David de inmediato para corregir algo que él había dicho (ver 2 Sam. 7:1-17). Pedro lloró amargamente por su negación de Cristo, y más tarde demostró cuán genuino fue su arrepentimiento (Juan 21:15-17).

Aunque “ningún hombre puede domar la lengua” (Sant. 3:8), se nos amonesta: “Guarda tu lengua del mal, y tus labios de hablar engaño” (Sal. 34:13). Solo el Espíritu de Dios puede ayudarnos a mantener el control sobre nuestras palabras (ver Efe. 4:29-32).

Lee Santiago 3:6 al 8. ¿Por qué estos pensamientos nos hacen ser más cuidadosos al hablar? ¿Cómo podemos aprender a apreciar el poder de nuestras palabras, para el bien o para el mal?

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