«Si alguno dice: “Yo amo a Dios”, pero odia a su hermano, es mentiroso, pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?» (1 Juan 4: 20).

LOS DOS MANDAMIENTOS PRINCIPALES

domingo 16 de marzo, 2025

A fin de reflexionar acerca de lo que podemos hacer, individual y colectivamente, para promover el amor y la justicia de Dios en nuestro mundo, conviene comenzar centrándonos en lo que Dios nos ha ordenado.

Lee Mateo 22: 34 al 40. ¿Cómo respondió Jesús a la pregunta del intérprete de la ley?

Según el propio Jesús, el «primero y grande mandamiento» es: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente». Y luego añadió: «Y el segundo es semejante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”». Sin embargo, estos mandamientos no son los únicos. Jesús enseñó además lo siguiente: «De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas» (Mat. 22: 37-40). De hecho, esos dos mandamientos son citados en el Antiguo Testamento.

Lee Mateo 19: 16 al 23. ¿Cómo se relacionan las respuestas de Jesús al joven rico con las que dio al intérprete de la Ley en Mateo 22?

¿Qué sucedió aquí? ¿Por qué respondió Jesús a ese hombre como lo hizo? ¿Qué deberían decirnos estos encuentros independientemente de nuestra posición o situación en la vida?

«Cristo presentó las únicas condiciones que pondrían al príncipe donde desarrollaría un carácter cristiano. Sus palabras eran palabras de sabiduría, aunque parecían severas y exigentes. En su aceptación y obediencia estaba la única esperanza de salvación del príncipe. Su posición exaltada y sus bienes ejercían sobre su carácter una sutil influencia para el mal. Si los prefiriese, suplantarían a Dios en sus afectos. El guardar poco o mucho sin entregarlo a Dios sería retener aquello que reduciría su fuerza moral y eficiencia; porque si se aprecian las cosas de este mundo, por inciertas e indignas que sean, llegan a absorberlo todo» (Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 491).

Aunque no todos estemos llamados a vender nuestras posesiones, como este joven rico, ¿a qué te estás aferrando que, si no lo dejas, podría poner en riesgo tu salvación eterna?