Por incomprensible que sea para nuestras mentes finitas y caídas, el bebé que nació era el Dios eterno, el Creador de los cielos y la Tierra. “Desde los días de la eternidad, el Señor Jesucristo era uno con el Padre” (DTG 11). Por increíble que sea la idea, es una de las verdades más fundacionales del cristianismo: el Dios creador tomó sobre sí la humanidad y, en esa humanidad, se ofreció como sacrificio por nuestros pecados. Si te tomas el tiempo suficiente para meditar sobre lo que nos enseña acerca del valor de nuestras vidas y de lo que significamos para Dios, puedes tener una experiencia que cambiará tu vida.