«No tengan deudas con nadie, aparte de la deuda de amarse unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley» (Rom. 13: 8, RVC).
LA LEY Y LA GRACIA
LA LEY Y LA GRACIA
Como hemos visto, la Ley y la gracia no se oponen entre sí. Por el contrario, cumplen funciones diferentes de acuerdo con el amor y la justicia de Dios. Un fuerte contraste entre la Ley y la gracia habría desconcertado a los antiguos israelitas, que veían en la entrega de la Ley por parte de Dios una gran muestra de su gracia. Mientras que los «dioses» de las naciones circundantes eran volubles, totalmente impredecibles y no comunicaban a sus adoradores qué deseaban o cómo complacerlos, el Dios de la Biblia instruye muy claramente a su pueblo acerca de lo que le agrada: lo que es para el bien de todo su pueblo, individual y colectivamente.
Sin embargo, la Ley no puede salvarnos del pecado ni transformar los corazones humanos. Como consecuencia de nuestra pecaminosidad innata, necesitamos un nuevo corazón, un trasplante espiritual.
Lee Jeremías 31: 31 al 34. ¿Qué nos enseña este texto acerca de la promesa divina de darnos un corazón nuevo? Compara esto con lo dicho por Cristo a Nicodemo en Juan 3: 1 al 21 acerca del nuevo nacimiento. Ver también Hebreos 8: 10.
Los Diez Mandamientos fueron escritos por Dios mismo en tablas de piedra (Éxo. 31: 18), pero la Ley también debía estar escrita en los corazones de su pueblo (Sal. 37: 30, 31). La Ley de amor de Dios no debería ser algo externo a nosotros, sino algo inscrito en nuestro carácter. Solo Dios podía inscribir su Ley en los corazones humanos, y prometió hacerlo en favor del pueblo de su Pacto (ver Heb. 8: 10).
No podemos salvarnos por cumplir la Ley. En cambio, nos salvamos por gracia mediante la fe, no por nosotros mismos, sino como un don de Dios (Efe. 2: 8). No guardamos la Ley para ser salvos, sino porque ya lo somos. No guardamos la Ley para ser amados, sino porque somos amados, y por eso deseamos amar a Dios y a los demás (compara con Juan 14: 15).
Al mismo tiempo, la Ley nos muestra nuestro pecado (Sant. 1: 22-25; Rom. 3: 20; 7: 7) y nuestra necesidad de un Redentor (Gál. 3: 22-24); nos guía por los mejores caminos de la vida y revela el carácter de amor de Dios.
¿Dónde radica tu esperanza respecto del Juicio? ¿En tu diligente y fiel cumplimiento de la Ley o en la justicia de Cristo, que te cubre? ¿Qué te dice tu respuesta acerca de la función de la Ley de Dios, acerca de lo que ella puede hacer y de lo que no es posible para ella?